El Sagrado Corazón de Jesús y el Sacerdocio
Fiesta del Sagrado Corazón de Jesús - Ordenaciones Sacerdotales - 29 de junio de 1984
Este artículo está extraído del sermón que Monseñor Lefebvre predicó en Econe en las ordenaciones sacerdotales de 1984. Ese año, el día fijado para las ordenaciones coincidió con la fiesta del Sagrado Corazón de Jesús, de allí la magnífica explicación de por qué el sacerdocio es un don de la Misericordia del Sagrado Corazón de nuestro Salvador.
Celebramos la Fiesta del Sagrado Corazón, y acabamos de escuchar las magníficas palabras de San Pablo sobre la caridad de Nuestro Señor. Estas palabras son casi intraducibles. Nos describen esa inmensidad, esa infinitud de la caridad de Dios. Si San Pablo habló de la caridad en términos admirables, San Juan también se hizo eco de esta caridad de Dios. ¿No fue él quien dijo en su primera epístola: « Deus cáritas est. Et nos credídimus caritáti qui est in Deo » (1 Jn 4, 16) ? Dios es caridad, y nosotros hemos creído en la caridad que está en Dios. Si se considera solamente y de una manera relativamente superficial, lo que la caridad de Dios a hecho por nosotros, quedamos estupefactos, admirados por el reconocimiento y por la gratitud hacia Dios que ha hecho tanto por nosotros. La historia de la humanidad, la historia misma de toda la creación, es la historia de la caridad del Buen Dios, y el Credo no es más que un himno a la caridad de Dios
¿Quién negará que existe una relación especial entre esta caridad, este amor de Dios por los hombres y el sacerdocio? La historia de la creación de los espíritus lo demuestra, y especialmente la historia de la redención de los hombres. Dios en su inmensa caridad quiso que todos los espíritus que Él creó fueran hechos para unirse a Él de una manera inefable, de una manera verdaderamente divina. Quería que todos los espíritus participaran de la gracia de Dios, que todos los espíritus participaran de su Divinidad por la eternidad. Lo quiso para los ángeles, pero quería probarlos de alguna manera antes de hacerlos ascender a la intimidad de su amor, a la intimidad de su gloria, a la Santísima Trinidad. Quería probarlos y, ¡ay! algunos de ellos no quisieron adorar a Nuestro Señor Jesucristo y fueron arrojados a los infiernos.
La historia de nuestros espíritus, de los espíritus humanos, es ciertamente una historia diferente, pero es parecida en algo a la de los ángeles. El Buen Dios quiso sondear el corazón de nuestros primeros padres para ver si estaban verdaderamente sometidos a Él. ¡Y nuestros primeros padres lo desobedecieron! Se apartaron de la voluntad de Dios, llevándose consigo a todas las generaciones futuras.
Pero como vivíamos en el tiempo, hubo lugar para la misericordia de Dios; porque si hay algo aún más grande que la caridad, es la misericordia: mirar hacia abajo al pecado, al pecador, al que está afligido por el pecado y que puede volver a Dios. Para nosotros había una esperanza de retorno porque vivimos en el tiempo. Dios, por tanto, resolvió encarnarse y ofrecerse a sí mismo para redimir a los hombres de este pecado, derramar su Sangre para cubrirnos con su Sangre y restaurarnos a la vida que él quería darnos, esa vida divina, esa vida extraordinaria para la cual todos nos estamos preparando, para la cual la gracia nos está preparando.
Para esto ha provisto los medios, Él mismo ha decidido los medios de redención. Lo podría haber hecho de otra manera, una sola palabra de Nuestro Señor Jesucristo encarnado, un solo acto de amor de Nuestro Señor Jesucristo habría sido suficiente para redimirnos a todos. Pero Nuestro Señor ha querido demostrar aún más su amor, de un modo más sensible, de un modo más real, derramando su Sangre por nosotros. Y no quería hacerlo solo por su generación, por quienes lo rodeaban cuando estaba aquí. Como había venido a salvar a toda la humanidad y a las generaciones futuras, en su gran amor, en su caridad por nosotros, pensó en los sacerdotes.
Servirse de los elegidos entre los hombres a los que haría semejantes a Él, a los que daría ese poder extraordinario de ser otros Cristos, de inmolarse con Él en la Cruz y al mismo tiempo continuar su calvario, continuar su sacrificio, derramar su Sangre, dar su Cuerpo como alimento a los fieles, este es el gran misterio del amor de Nuestro Señor Jesucristo. Misterio de nuestra fe, verdaderamente, mysterium fidei. Qué idea tan extraordinaria de parte del Buen Dios: querer asociarse a las criaturas, pobres criaturas pecadoras pero redimidas por su Sangre, asociarlas marcándolas con el carácter sacerdotal, el carácter del sacerdocio que es para la eternidad y permitirles pronunciar las palabras que darán continuidad a su redención.
¡Qué maravilla! Mis queridos amigos, en unos momentos ustedes serán esos sacerdotes. El Buen Dios os permitirá asociaros íntimamente con Él, marcaros con este carácter sacerdotal que los ángeles del Cielo verán, que vuestros ángeles custodios admirarán, que vuestros padres que están en el Cielo y los elegidos del Cielo se regocijarán: verdaderos sacerdotes, que ofrecerán el verdadero santo sacrificio de la Misa, continuación del sacrificio de la Cruz, perpetuación del derramamiento de la Sangre de Nuestro Señor Jesucristo.
Concluiré con estas palabras que se encuentran en el Oficio de Nuestra Señora de los Siete Dolores: “Diléctus meus cándidus et rubicúndus totus desiderábilis, totus amábilis, totum spirat amórem” (Breviario de San Pío X). “Mi Amado, dijo la Virgen María mirando a Jesús en la Cruz, es cándido, sí, está inmaculado pero al mismo tiempo está todo rojo por la sangre que ha derramado, y respira amor; él es todo adorable exhalando su amor. Caput inclinátum. Su cabeza inclinada, sus brazos extendidos, su corazón traspasado. Manus extensae, pectus perforatum”. Y añade el Oficio, dirigiéndose a la Santísima Virgen: « O piíssima Virgo. Oh Virgen bendita, al contemplar a Jesucristo, lo consideras más en cuanto a que es la fuente de la salvación de las almas, que por la Sangre de sus llagas”. Y en verdad, ¿por qué esta Sangre derramada, por qué Jesús crucificado, por qué estas manos extendidas, esta cabeza inclinada, este Corazón traspasado? si no fuera por la salvación de las almas. Jesús vino para eso: para salvarnos. Pedid a la Virgen María que fije sus sentimientos en vuestros corazones y seréis entonces verdaderos sacerdotes, sacerdotes de Nuestro Señor Jesucristo, sacerdotes enteramente entregados a la caridad de Jesús por intercesión de la Santísima Virgen María.
En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Que así sea.